Durante algún tiempo seguía en la prensa, y guardaba los recortes, de algunos escritores que me entusiasmaban. Así me ahorraba algunos euros o me ahorraba el engorroso trámite de robarme algún libro de recopilación de crónicas. El caso era ahorrar. Una vez, un artículo me gusto en especial, es más, me emociono. Entre otras muchas cosas contaba el sitio donde la había escrito. Una céntrica cafetería.

A modo de despedida, y porque no decirlo, harto de tener que hacer un viaje de siete estaciones y un transbordo en el metro, decidí hacer la última visita. Ya noté cierto revuelo según me acercaba y al llegar en vez, de los mendigos, yonquis, prostitutas y algún abuelo que a esa hora inundan la zona, estaban los bomberos y muchos curiosos que observaban como se quemaba la céntrica cafetería. Lo que faltaba, me dije.
Algunas semanas despúes leyendo el periódico me encontré con un artículo en donde el escritor relataba como la cafetería donde escribía habitualmente se había quemado. Y no solo eso sino que además él había estado en la puerta "asistiendo, junto con los consternados vecinos y viandantes, lo inútiles esfuerzos de los bomberos". Ese recorte no me emociono. Ni siquiera lo guarde.

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