Durante algún tiempo seguía en la prensa, y guardaba los recortes, de algunos escritores que me entusiasmaban. Así me ahorraba algunos euros o me ahorraba el engorroso trámite de robarme algún libro de recopilación de crónicas. El caso era ahorrar. Una vez, un artículo me gusto en especial, es más, me emociono. Entre otras muchas cosas contaba el sitio donde la había escrito. Una céntrica cafetería.
El lunes fui a la cafetería con el propósito secreto de encontrarme con el escritor. El plan estaba destinado al fracaso desde un comienzo ya que yo no sabía como era físicamente. Pero sin embargo estuve yendo a desayunar durante toda la semana. Luego supe, en el transcurso de esa semana y gracias a las conversaciones con los habituales de la zona, que era una de las que tenía el dueño. A las ínfimas posibilidades de éxito de mi plan, por si fuera poco, había que dividirlas.
A modo de despedida, y porque no decirlo, harto de tener que hacer un viaje de siete estaciones y un transbordo en el metro, decidí hacer la última visita. Ya noté cierto revuelo según me acercaba y al llegar en vez, de los mendigos, yonquis, prostitutas y algún abuelo que a esa hora inundan la zona, estaban los bomberos y muchos curiosos que observaban como se quemaba la céntrica cafetería. Lo que faltaba, me dije.
Algunas semanas despúes leyendo el periódico me encontré con un artículo en donde el escritor relataba como la cafetería donde escribía habitualmente se había quemado. Y no solo eso sino que además él había estado en la puerta "asistiendo, junto con los consternados vecinos y viandantes, lo inútiles esfuerzos de los bomberos". Ese recorte no me emociono. Ni siquiera lo guarde.
Me ha venido este recuerdo a la cabeza despúes de la lectura de "Sin Noticias de Gurb" de Eduardo Mendoza que tan amablemente me fue regalado.
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