La tiré con fuerza sobre la cama. No por
violento sino por borracho, claro. Cayó de espaldas y reboto dos o tres veces.
Me arroje sobre ella. Debido al aterrizaje, las rodillas las tenía
dobladas sobre el pecho, lo que impidió que yo la aplastase y a su vez
me propino un tremendo golpe en las costillas. Me pregunto que si lo
había sentido y yo respondí que claro, mientras intentaba recuperar el
aire, que como no iba a sentirlo. Se bajo de la cama, encendió la luces y
empezó a recorrer la habitación. Por aquí debe estar, decía. Las luces
del techo descubrían la realidad y esta era muy cruda, muy real. La
erección empezaba a menguar. El interruptor, el interruptor, decía. Yo
que creía que sabía de que hablaba pero me di cuenta de que no, que ni idea. Para encender
la cama, para que gire, me dijo. Las costillas, la cama redonda, los
calcetines, el espejo en el techo. La situación empezaba a superarme. Tenía que actuar.
Y actué.
Ven.
Y vino. Comencé a besarla. Inicie todo el proceso. Me esforcé. Utilice los
trucos que me habían confiado primos y amigos. Pero ella solo decía, el
interruptor, la cama. No te das cuenta que la cama gira, me pregunto o
me ordeno. Tarde en comprender en parte por mis esforzados intentos de
amante y en parte por mi raciocinio etílico. No hay interruptor, decía
yo. Pero la cama se mueve, respondía ella. En algún momento, saqué una pierna y la apoye en el suelo. El calcetín me brindaba la
tracción suficiente.Así que me dedique, en un ejercicio complicadisimo, a
hacer girar la cama mientras intentaba no descuidar el motivo principal
de mi estancia en esa inmunda habitación de motel. La pierna izquierda
empezó a acalambrarse y la rodilla derecha a pelarse, pero ella
gritaba entusiasmada, como un niño que aprende a montar en bici, Gira, Gira.
Y yo tan contento.
Y yo tan contento.
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