Cuando lo conocí ya había dejado el mundo del espectáculo. Ahora se dedicaba, según él, a ser relaciones públicas de la discoteca y según la policía al tráfico al por menor de cocaína y proxenetismo. Cuando le pregunte por las chicas me dijo que eran amigas de cuando hacía el espectáculo y que él no era su chulo, que solo era un amigo que las cuidaba "de tanto hijueputa que hay suelto".
En el espectáculo Jairo golpeaba con minuciosa técnica e increíble swing las nalgas de tres mujeres hasta hacerlas llegar al orgasmo. Empezaba con ritmos sencillos, me contó, un dos por cuatro y cosas así y luego ya le daba candela parecía Cándido Camero, remataba risueño. Cobraba cinco mil pesetas por un show que no llegaba a los veinte minutos. Hacía tres pases por noche en fin de semana.
Jairo o Yair como le decían algunos, una noche ya no volvió a la discoteca. Dicen que esta tirado en un descampado después de Rivas con dos disparados en la nuca. La última anotación que tengo de conversaciones con él es "el problema con las mulatas es que no sabes como va la cosa, en cambio con una blanquita vas viendo la rojez, el cardenal que asoma, y eso te anima, te guía, te marca el compás"
"Bueno, se lo recomiendo. Al principio el sonido, el sonido de las palmadas, como que no sabe muy bien, te desconcentra, es algo como demasiado crudo en un plato donde las cosas son más bien cocidas, pero luego como que se acopla a lo que estás haciendo, y los gemidos de ella, los de María, también se acoplan, cada golpe produce un gemido, y eso va in crescendo, y llega un momento en que sientes sus nalgas ardiendo, y las palmas de tus manos también arden, y la verga te empieza a latir como si fuera un corazón, plonc plonc plonc..."
Los detectives salvajes
Roberto Bolaño
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