viernes, 21 de octubre de 2011

Cultura Milenaria

Capítulo 1.
De como tuve un acercamiento a una cultura milenaria

Me debió despertar el grito. Algo en chino. O eso me pareció entender mientras intentaba recomponerme de ese sueño demasiado profundo. El traqueteo, la solana, el primer tren de la mañana, un largo viaje y mucha noche. Tenía todos los números para caer. Ni siquiera debí llegar a la media página leída antes de quedarme dormido. Tras el brusco despertar, realmente, me estaba costando recomponerme (lugar-hora-día).
Un pequeño tragar de saliva, un intentar incorporarme, acomodar el libro que tenía en el regazo en el asiento de al lado, buscar, sin éxito, el marca páginas, estirarme los vaqueros y por último, tratar de adivinar mi situación mirando a través de la ventanilla. (Ejercicio inútil: el cristal proyectaba la misma viñeta, el mismo paisaje, los mismos árboles y pastos, sin interrupción, en sesión continua).

El chino ya había bajado el volumen. Pero seguía repitiendo lo mismo, como un autómata, sin pausas ni inflexiones en la voz. Si alguien hubiese entrado en ese momento en el vagón, sin duda, hubiese pensado que se trataba de algún tipo de oración, de algún mantra. Para los que estábamos allí eso era imposible. Me giré buscando una mirada cómplice, alguien con quien compartir esta idea. Pero para mí intranquilidad me encontraba a solas con él.
Y el chino, que ya me vio despierto, siguió a lo suyo. Pero además mirándome a los ojos. Yo, en cambio, miraba sus labios, intentado adivinar, buscando un molde para sus sonidos. Y aunque alguna cosilla me pareció entender, tal vez ti, tal vez ja, lo que decía, el conjunto, seguía estando en el limbo, fuera de toda comprensión. Sin saber muy bien como, me encontré moviendo la cabeza como quién dice si, pero lo que realmente hace es pedir clemencia o, tal vez,  perdón.


Una simple ojeada bastaba para descubrir que él también se había quedado dormido. Un mechón rebelde lo delataba. Este parecía responder a una voluntad propia, ajena a la de su dueño, ya que tenía un movimiento alegre y saltarín, casi cómico, que contrastaba con la seriedad en el rostro y el terror alojado en sus ojos.
Como esas canciones que no hacen más que radiar hasta que te ves repitiendo un absurdo e incomprensible estribillo en inglés, la letanía del chino había adquirido una familiaridad para mí y con algo de esfuerzo hubiese podido repetirlo, como en un karaoke. Ya estaba seguro de reconocer alguna sílaba (ba, ja). Pero el mensaje real, seguía siendo incógnita.
Lo único que pudo callarlo, reventando la monotonía del zumbido, fue la voz pregrabada que anunciaba la llegada a una nueva estación. Como es habitual en estos casos, la voz sonó metálica y crujiente, algo baja y muy lejana. Solo pude escuchar con nitidez el final de la grabación, “Xátiva” y luego un largo pitido.
 
Y entonces, como si hubiese sido el pistoletazo de salida, el chino se volvió loco. Otra vez volvió a gritar, repitiendo una y otra vez los mismos sonidos pero insuflándolos de un nuevo tono, convirtiéndolos en  algún tipo de alegre oración o tal vez algún mantra milenario que lo transportaba al éxtasis.
Se levanto de un salto, más bien un saltito, que neutralizo al mechón rebelde, que juicioso se alisó. Se bajo entonando su canción, como un disco rayado diría alguno (ja-ti-va-ja-ti-va-ja-ti-va) con el gozo del que se recompone (hora-día-lugar) y descubre la habitación familiar, el rostro conocido. 

Madrid,
Octubre de 2011

1 comentario:

JÉSIKA SÁNCHEZ BONETE dijo...

Hola Buenas me gustaría si puede ser que se mencionara que la imagen es del diario digital Portal de xàtiva.es - un saludo y gracias.