En la Ciudad Corrupta se podía conseguir de todo. Lo que quisieras, lo que necesitaras. Los comerciantes eran expertos en el engaño, en la palabrería. Te engatusaban con mucha facilidad, te daban gato por liebre, no tenían compasión: te hacían la judía. Ciudad Corrupta era (hace muchos años de esto, tantos que China no existía) la capital mundial de lo Falso.
A mi padre le vendieron un perro. Un perro finísimo y no sé cuantas cosas más. Llego a casa muy contento, creyendo que me haría feliz a mí, a mi madre y a mi hermana. El perro era pequeño y juguetón, un cachorro adorable. Es un dálmata, dijo el buen hombre. Nos miramos y guardamos el secreto. Desde ese día nos turnamos para pintarle manchas, manchas irregulares, siempre negras.
Fuimos felices pero al perro lo regalamos.
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