La memoria: vaya artefacto más engañoso.
Imagínense a un chico que recibe un balonazo en la cabeza. Un balonazo brutal, que lo tira al suelo, que lo noquea. En definitiva, un balonazo que hace reír a todo el patio del colegio. Aquel balón perdido, un tiro que no fue gol, que se elevo y elevo y luego bajo y bajo hasta alcanzar la cabeza de nuestro desafortunado amigo, llevaba impreso lo que iba a ser su nuevo nombre: Mikasa.
Con el tiempo, cuando Mikasa dejo de ser un humillante recuerdo y se había convertido en Mika o tal vez Maik como nuevo nombre de nuestro amigo, vuelve a tener otro golpe de suerte: se le rompe el pantalón en la entrepierna o se le escapa un pedo en clase de educación física. Tal vez sea algo terrible: una rodilla luxada o una abuela muerta. Da igual, alea jacta est: Mika, Maik, Mikasa, ya no podrás salir de ahí.
Como es lógico también Maik se acuerda mucho mejor que tú de todos sus golpes de suerte. Mika te contará, a la tercera cerveza, que no que no y que no (pero si nos reíamos todos juntos, argumentarás) y lo mucho que te odia(ba) (pero si somos amigos de facebook, piensas de camino a casa). Cada uno paga lo suyo. Apretón de manos, a lo mejor un abrazo sin convicción, vagas promesas de encuentros cercanos. Adiós, adiós y todos contentos.
Al otro día dices que estaría bien contar la historia de Mikasa: soportas la resaca mientras la escribes en un blog. Mika sigue guardándose las cosas y no le ha contado ninguna de estas historias a sus compañeros de cuartel: soporta la resaca mientras le saca brillo a su fusil.
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