martes, 14 de octubre de 2014

Ser

"Johnny llevaba un traje verde de piel de tiburón, y tenía muy mal aspecto. Tenía muchas ojeras y manchas amarillentas en la piel. Yo no soy médico, pero me dio mucho miedo"*

Todos esos esos jóvenes que se lanzaron a Vivir Deprisa no tuvieron tiempo a leer la segunda parte de la frase, aquella del Deja un Bonito Cadáver. Como si el tiempo fuese un escollo a salvar (120 segundos es el límite que marca el sábado noche, se sabe). Las nuevas sensaciones tenían un peaje que sólo se deja pagar con cicatrices, pómulos angulados, mentones que se alargan por el movimiento. Y siempre con pago exacto. No hay cambio. 
Que ilusos fueron al pensar que era cierto, que podían brillar, brillar hasta quemarse. Que podrían iluminar la noche, dilatar las pupilas de los que los que los mirasen fijamente. En comprender la vida en un riff, en que entre coro y coro cupiese nuestra historia de amor. Cuanta candidez en aquellos chicos de pelos revueltos, de imperdibles, de chupas de cuero. Que suerte tuvieron algunos. Los otros caminan por las páginas de Yo fui Johnny Thunders.


* Por favor, matame. La historia oral del Punk. (Legs McNeil & Gillian McCain. Ed Celeste)

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