La noche era, si cabe, aún más turbia en el interior del bar. Estaba lleno de facciones endurecidas, fatigadas, surcadas por todo tipo de vicios. La ausencia de uno, dos, tres dientes una norma de los parroquianos. Los camareros tenían el tono percudido que da el abuso de la ginebra, del tabaco, de la ausencia de sol.
La lectura de Mátalos Suavemente de G.V. Higgins es comprender mejor muchas cosas que nos gustan. Es entrar en el Submundo del Hampa con sus códigos, costumbres y usos. Apodos e historias. De héroes caídos e intrépidos imbéciles que llenan los cementerios con su imprudente ansia de dinero. De putas expertas y botellas vacías. De veteranos caídos, de favores pendientes por cobrar. Una novela de acción, donde esta transcurre entre las líneas de diálogos brillantes. Donde las Jugadas siempre tienen segundas y terceras intenciones. Donde la vida es una partida de Billar y no somos más que meros espectadores que nunca podremos empuñar el taco.
Nadie hablaba en alto. Es más, nadie parecía hablar. Pero el rumor era constante, alto. Palabras sueltas volaban buscando oídos inquietos, cuellos que se giraban poseídos. Logramos pedir dos cocas. Nos sirvió dos Whiskys. Nos miró muy serio y añadió, aquí están sus coca-colas. Bebimos y hablamos muy bajo toda la noche.
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