En la categoría de libros desconcertantes, extraños artefactos que activan resortes ocultos en nuestra memoria, percutores de pesadillas frías y sin despertar, tenemos hoy a Historias del Arcoíris de William T. Vollman (Editorial Pálido Fuego; traducción de José Luis Amores). Paseen y lean:
"Había algo particularmente horrible en la tensión de los envoltorios de las cabezas; los cadáveres no podían respirar. Era khotub, el período entre la medianoche y el amanecer. Miré con una anticipación enfermiza mientras el médico levantaba la cabeza envuelta y comenzaba a desenrollar el vendaje (sobre el cual se paseaba una mosca). Vuelta y vuelta, vuelta y vuelta; y gradualmente la forma del rostro se fue haciendo discernible. Quizá quedara sólo una capa más, o quizá fueran tres. Ahora podía distinguir los contornos presionados de la nariz y las concavidades de los ojos. Un mechón de pelo como hierba gris sobresalió del extremo del vendaje. Vuelta y vuelta, vuelta y vuelta; recé para que el vendaje húmedo no se hubiera quedado pegado a la piel del rostro muerto. El olor me hizo dar un paso atrás. Por fin quedo la cara al descubierto. Tenía un color gris amarillento y estaba arrugada, con una tonalidad parecida a la de los ahogados. Los párpados eran bulbos llenos de fluido. Aquello había sido un hombre de sesenta y tantos años. ¡Muerto! ¡Muerto! Deberían haberlo llevado a que se pudriera en su tumba. El formaldehido lo había mantenido durante dos años. Le salía por los ojos como si fueran lágrimas."
Del arcoíris solo vemos la mitad que surca el cielo. Pero existe otra parte, dicen que inmensa, como si se tratase de un iceberg, que se hunde en el asfalto, que busca las profundidades. Otra mitad que, perdida, busca salir de nuevo a la superficie, que atraviesa las ciudades, que no es curva, que no sería bandera de ninguna causa. Este arcoíris, esta mitad (aunque no es la mitad, aunque no es arcoíris) no es luz blanca descompuesta, no es un efecto óptico; tal vez, pero esto ya es especular, sea la descomposición de los recovecos oscuros de nuestro ser. Un arcoíris que Vollmann persigue aún a sabiendas de que no encontrará ninguna olla con oro al final.
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