martes, 15 de septiembre de 2015

Ojito

Atención, no quiero que se me malinterprete: yo no soy como el Ojo Silva. Lo del Ojo Silva lo contó muy bien Roberto y yo no quiero, ni necesito inventarme que soy como él. Pero es indudable que muchas personas creerán que yo me estoy apropiando de la historia del Ojo, cambiándole tres detalles y diciendo que si tal y que si no se que. Bien, dicho esto, que cada uno entienda lo que quiera.

Andaba en esos días bastante perdido y eso que conocía la ciudad mejor que nunca. Creía necesitar de manera desesperada un amor que me volviera loco. En fin, que tenía veintipocos y anhelaba ser un maldito. Un maldito encantador. Un Perdedor de manual, uno de esos a los que le hacen películas y otros llevan camisetas con sus fotos. Un protagonista de una canción de Jonathan Richmann. Quieren incluir a Buckowski, ya les digo yo que no. Aunque bebía con desesperación ("licores fuertes como metal fundido") nunca me pude convertir en un desesperado: mi educación me lo ha impedido! El miedo esta arraigado con fuerza dentro de mí: nunca seré un holgazán! siempre buscaré trabajo! ahorraré cada vez que pueda! ascenderé en todos mis trabajos!

Pues eso, que andaba perdido y decía que si a todo, así que decidí que si, que iría a la fiesta. En la fiesta bebí y comí todo lo que pude para luego dedicarme a sentar cátedra sobre diversos asuntos. Aquí el problema, ya que dije, que los habitantes de determinado país eran violentos. Al momento, en una reacción pavloviana digna de estudio, todos los hombres de la fiesta (hombres que, claro, eran de ese país) querían enseñarme una lección por decir que eran violentos. Como no me quedaba otra salida que la Violencia, no me quedo más remedio que reafirmarme, subir la apuesta, les hice notar como su reacción era mi mayor argumento. Eso los enfureció aún más. Les dije que como así, que tranquilos, que al fin y al cabo todos eramos compatriotas. Eso los enfureció aún más.


¿Qué que me salvo? la desmedida afición por la violencia de mis compatriotas: dos de ellos tenían cazada una pelea por un asunto de faldas desde hace tiempo y enardecidos por el clima que yo había generado, decidieron ponerle fin al asunto: uno de ellos se metió a la cocina para salir cuchillo en mano (Cuchillo en Mano!!!) y clavárselo en el pecho al otro. La hoja se doblo y rompió sin llegar a hundirse, tan solo un puntazo, sangre muy líquida, camisa blanca y gritos de todos. 

El anfitrión, un venezolano atildado y envejecido prematuramente, se apresuro en echar a todo el mundo a la calle, no sin antes darme la razón y pegar unos cuantos gritos. En la calle unos se quedaron a esperar la ambulancia, entre ellos el agresor que en ese momento estaba extrañamente hermanado con el agredido, se abrazaban y se decían que lo sentían y que estaban juntos en esto (!!!). Yo aproveche el desconcierto para irme, rapidito, pies para que os quiero.


Había huido de la Violencia y ella me había encontrado. Yo tarde un poco más pero al final también lo logré. 
(Final Feliz, que este es un blog familiar, que esta no es la historia del Ojo Silva)