El estruendoso y achicharrado sonido del timbre me sobresalto. Cartero, dijo. Más catálogos de muebles y ofertas de embutidos para nuestro buzón, pensé mientras volvía al sofá.
Entre las ventajas de mudarse de ciudad esta la de ser un turista-residente. Un tipo que obligado por su "recién llegadez" tiene que ir a sitios donde los autóctonos no van, entre otros motivos, porque esta lleno de turistas. Así, se da la extraña circunstancia de que un novel en la ciudad pueda sorprender a los lugareños indicándoles lo impresionante que es tal sitio, lo bonita que es aquella plaza o que no son tan caros los cafés en esos bares tan modernos. (Aquí el turista-residente suele equivocarse ya que esos bares Siempre son caros).
Pues resulta que yo me encuentro en una situación de ese estilo. Vago por calles que ya me suenan. Me pierdo en plazas muy parecidas. Asisto ojiplático al espectáculo del amanecer mediterráneo. Intento descifrar las explicaciones de las marquesinas de los autobuses. Compruebo aliviado que hay el Corte Inglés. Y, como no, dedico buena parte del día a entrar en bares. Bares de todo tipo.
Pues resulta que yo me encuentro en una situación de ese estilo. Vago por calles que ya me suenan. Me pierdo en plazas muy parecidas. Asisto ojiplático al espectáculo del amanecer mediterráneo. Intento descifrar las explicaciones de las marquesinas de los autobuses. Compruebo aliviado que hay el Corte Inglés. Y, como no, dedico buena parte del día a entrar en bares. Bares de todo tipo.
Un hombre toma el micrófono y comienza a hablar y yo me digo que aquí algo no va bien. Miro a ambos lados y veo cabezas que asienten. Cuando da las gracias por venir sé que la encerrona será grande. La maldita costumbre de no pagar al instante me impide escapar. Mi natural inclinación al alcohol me impide dejar la cerveza por la mitad. De la mesa de al lado se levanta un hombre al que le faltan unos veinte centímetros de altura. El poeta reivindicativo, entiendo que dicen. Dinamita social, creo oír. Conciencia moral, me parece escuchar. No estoy seguro de lo que oigo, mi juicio esta alterado, soy un manojo de nervios. Mi condición de turista-residente me ha llevado a Un Recital de Poesía. Una res pidiendo hora en el Matadero. Otra cerveza, ordene con señas sabiendo que lo que vendría necesitaría alcohol. Mucho alcohol. Alea Jacta Est.
Estaba a punto de ponerme a escribir una entrada sobre la condición de turista-residente cuando sonó el timbre, también brutal e inmisericorde, de casa. La lentitud del ascensor y las nueve plantas de distancia habían hecho que me olvidase del primer timbrazo. La ilusión por recibir algo que no fuera un recordatorio del banco o la factura del teléfono me hubiese hecho firmar lo que fuese. Me entrego un paquete con forma de libro. La sensación de ser observado por el cartero me obligo a mirarlo a la cara. Era él, el Poeta Reivindicativo.
El falso bardo creyó reconocer en mí a uno de los suyos. Pensé en los Escritores Bárbaros. Pensé dar un violento portazo que le rompiese las gafas. En huir (pero ¿a donde? si no conozco esta ciudad!) No hice nada. Firme aquí, me dijo cómplice.
*¿cuánto tiempo durará la condición de turista-residente?
2 comentarios:
Te veo francamente bien, amigo Blue. Podrás ser un turista-residente durante el tiempo que decidas. Ni un minuto más. Pero, si aceptas un consejo, disfrútalo mientras puedas. Abrazos.
Hombre lo que queda ahora es lo más fácil, sólo tengo que convencer a alguien para que me pague por hacerlo...
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