Voy a contarla
"Bien es cierto, que no ayudo mucho que yo tuviese un cinturón lleno de sangre en la mano. Tampoco, que ni el cinturón ni la sangre fueran mías. Bueno, si nos ponemos estrictos, tampoco actuó en nuestro beneficio, que yo fuese el portavoz ante la policía. Y ¿qué decir de mis primeras palabras? pues que tampoco ayudaron. "Tranquilos, que ya lo hemos llevado al hospital". La sorpresa en la cara y la mano a la pistola, hicieron que me diera cuenta de que la suma de todos estos detalles nos condenaba de antemano. El policía, que sudaba a chorros gracias a la triple conjunción: verano, gordura y nervios, grito "quietos y fuera del coche". Ante la imposibilidad de cumplir los dos deseos del Orondo Agente decidimos quedarnos quietos.
Pero antes:
Nos encontrábamos en un oscuro y humeante bar: apuñalandonos el hígado con destilados, urdiendo planes de dominación mundial en el largo plazo y en el corto mucho más sicalípticos. Me voy, dijo y nos guiño el ojo, con la malicia habitual de un gañán a punto de consumar. Diez minutos después: llamada de urgencia. Cuando llegamos estaba sentado en la acera. Sangraba muchísimo. Su novia estaba pálida, o eso me pareció al verla a la luz de la luna, en una extraña metáfora poética que todavía no he sabido explicar. Llegaron unos policías viejos y desganados. Se explico lo mejor que los nervios, por ver que el charco rojo a sus pies no paraba de crecer, lo dejaban: atraco, carrera, pelea, dominicanos, navaja, sangre. Los policías se limitaron a llamar a una ambulancia (ambulancia que Se Perdió de camino al Hospital: Sucedió.) El Hombre Croqueta y J salieron "a perseguir" a los atracadores.Volvieron a los dos minutos. Nada, dijeron.
Volvemos:
Tranquilo, yo vivo aquí. En este portal - volví a la carga. El otro policía, parapetado tras la puerta del coche, esperando al parecer una ráfaga mortal, solo gritaba ¿de qué banda?¿de qué banda sois?. Esta actitud hizo efecto en su compañero que ya termino de desenfundar y totalmente empapado, nos comenzo a gritar: contra la pared, contra la pared. Cosa que hicimos con una tranquilidad pasmosa, como si fuese algo habitual, lo que ya termino de desquiciar a los servidores públicos. Influenciados por Hollywood nos pusimos cara a la pared, con las piernas separadas y las manos en alto, las palmas tocando el frío del ladrillo. Deneis, grito el que parecía de las fuerzas especiales. Luego repitió un poco más tranquilo, de-ene-is. Y daos la vuelta coño, remató.
Tras aclarar el malentendido de las direcciones, ya que ninguno tenía la correcta en el documento y tras el típico interrogatorio acerca de amigos apuñaldos, parecía mucho más relajado, aliviado por no tener que decidir entre su vida o la nuestra. Hasta que el otro, el sudoroso, pidió al Hombre Croqueta que abriese el maletero. En el interior, un reproductor de dvd y una máscara de Scream, desataron una locura de luces rojas y azules, sirenas estridentes, un salto hacia atrás digno de récord mundial y gritos de los hemos pilla'o macho, los hemos pilla'o macho, además de códigos numéricos transmitidos precipitadamente por radiofrecuencia, que hicieron despertar a toda la vecindad.
Tardamos unos tres cuartos de hora en explicarles, con nuestro perfecto acento suramericano, que no éramos una peligrosísima banda de albano-kosovares y que no nos dedicábamos a desmantelar chalets en la Moraleja. Poco a poco los numerosos refuerzos fueron dejando La Escena del Crimen. Y las luces de mi edificio se apagaron de una en una, siguiendo un extraño orden, superior, como si fuese una instalación de un museo de arte moderno.
Antes:
Estábamos sentados en el coche. Hablando con la franqueza que otorga el aleteo de la muerte y la seguridad de la vida. De lo mucho que cambia todo en un instante. Y que ese puto calor lo vuelve a uno loco"
Mr Blu,
Madrid 2012